III. Actividad:
Lee el siguiente cuento y responde las preguntas que aparecen a continuación:
Mi abuelo está enfermo
Hoy es mi cumpleaños y luce el sol. Durante dos semanas ha llovido sin parar, pero hoy, justamente hoy, el cielo es de un azul resplandeciente. Por fin he conseguido mi bicicleta. Nuevecita, a estrenar. Y cinco libros. Y un elegante traje azul marino. Tan excitado estoy que no me acuerdo de darle los buenos días al abuelo.
–¡Figúrate! –le digo a Ferdi–. Me he olvidado por completo del abuelo. A Ferdi no le parece tan dramático. A mí, sin embargo, me remuerde la conciencia y me siento malvado. Seguro que el abuelo deseaba felicitarme por mi cumpleaños. De regreso a casa, le compro al abuelo unas flores con todo el dinero de que dispongo. Pero cuando me encamino a la habitación del abuelo, mi hermana me dice que el abuelo duerme todavía. Parece que mamá ha llamado al médico en plena noche porque el abuelo se quejaba de unos dolores espantosos. Nadie me lo ha dicho, por ser mi cumpleaños. El abuelo no se despierta hasta las cuatro de la tarde. –¡Hola, Michi! ¿Qué tal está mi niño el día de su cumpleaños? –dice el abuelo con voz débil y el rostro contraído. –¿Te duele otra vez, papá? –pregunta mamá subiéndole la manta hasta el mentón. Pero el abuelo gruñe malhumorado y se destapa. –Hace demasiado calor. Yo abro la ventana de par en par y le pongo al abuelo entre las manos otra taza de manzanilla. El abuelo coge las tabletas amarillas que le ha recetado el doctor y se las traga con un gesto de asco. Intenta sonreír, pero sus labios apenas dibujan una torcida mueca de sarcasmo. –No he podido comprarte ningún regalo de cumpleaños, Michi.
–No importa –le contestó.
–Elige lo que más te guste de mi «cofre del tesoro». ¡Magnífico! El «cofre del tesoro» es la caja donde el abuelo guarda sus colecciones más antiguas. Está en el desván, así que salgo volando y la saco de entre los viejos baúles del armario. Ya he hecho mi elección: la antiquísima y enorme lupa con mango de marfil. ¡Hacía tanto tiempo que la deseaba…! A través de la lupa todo parece diferente. La empuño y me aproximo al abuelo. De pronto, sus ojos se vuelven gigantescos, inquietantes, y sus fosas nasales se convierten en profundas cuevas. ¡Es terriblemente hermoso! El abuelo profiere un extraño sonido, aprieta con fuerza los labios y se abraza con ambas manos la tripa. Durante las dos últimas semanas, su vientre ha engordado, aunque no come prácticamente nada. Por el contrario, sus brazos y sus piernas no han dejado de adelgazar, lo mismo que su rostro. –¿Te duele mucho, abuelo? Él asiente en silencio y tuerce una de las comisuras de la boca. Palpa la almohada con las yemas de los dedos y luego levanta la cabeza y los hombros. Le quito la almohada porque a él le gusta tumbarse completamente horizontal. –¿Quieres que avise a mamá? –le pregunto. Él asiente de nuevo. Mamá llama por teléfono al médico, que acude media hora después. Le pone una inyección y el abuelo se queda tranquilo, muy tranquilo.
–¿Está muy mal? –pregunta asustado papá.
–Ya lo ve. Sufre grandes dolores. Papá va a preguntar, pero se detiene de pronto.
–Papá desea saber cuánto tiempo de vida le queda al abuelo –explico yo en su lugar.
Mamá inspira profundamente y me mira con severidad.
–¡Qué cosas tiene este niño…! –dice mamá intentando disculparse ante el doctor–. No comprendo de dónde ha sacado… Pero el médico menea la cabeza sin prestarle atención.
–Eso es imposible de precisar –afirma dirigiéndose a papá y a mí–. Un mes. Quizá dos. Puede que únicamente dos semanas.
ELFIE DONNELLY «Adiós, abuelo», dije en voz baja (Adaptación)