II.- Lee atentamente el siguiente cuento. " Billetes del cielo"
Había una vez un niño enfermo llamado Juan. Tenía una grave y rara enfermedad, y todos los médicos aseguraban que no viviría mucho. Pasaba largos días en el hospital, entristecido por no saber qué iba a pasar, hasta que un payaso que pasaba por allí y comprobó su tristeza se acercó a decirle: ¿Cómo se te ocurre estar así parado? ¿No te hablaron del Cielo de los niños enfermos? Juan negó con la cabeza, pero siguió escuchando atento. Pues es el mejor lugar que se pueda imaginar, mucho mejor que el cielo de los papás o cualquier otra persona. Dicen que es así para compensar a los niños por haber estado enfermos. Pero para poder entrar tiene una condición. ¿Cuál? preguntó interesado el niño. No puedes morirte sin haber llenado el saco. Un saco grande y gris como este dijo el payaso mientras sacaba uno bajo su chaqueta y se lo daba. Tienes que llenarlo de billetes para comprar tu entrada. ¿Billetes?. Yo no tengo dinero. No son billetes normales. Son billetes especiales: billetes de buenas acciones; un papelito en el que debes escribir cada cosa buena que hagas. Por la noche un ángel revisa todos los papelitos, y cambia los que sean buenos por auténticos billetes de cielo. ¿De verdad? ¡Pues claro! Pero date prisa en llenar el saco. Llevas mucho tiempo enfermo y no sabemos si te dará tiempo. ¡Y no puedes morirte antes de llenarlo, sería una pena terrible! El payaso tenía bastante prisa, y cuando salió de la habitación Juan quedó pensativo, mirando el saco. Lo que le había contado su nuevo amigo parecía maravilloso, y no perdía nada por probar. Ese mismo día, cuando llegó su mamá a verle, él mostró la mejor de sus sonrisas, e hizo un esfuerzo por estar más alegre que de costumbre, pues sabía que aquello la hacía feliz, cuando estuvo solo, escribió en un papel: “hoy sonreí para mamá”. Y lo echó al saco, aunque aún tuvo muchos días, nunca llegó a llenar el saco. Juan, que se había convertido en el niño más querido de todo el hospital, en el más alegre y servicial, terminó curando del todo. Nadie sabía cómo: unos decían que su alegría y su actitud tenían que haberle curado a la fuerza; otros estaban convencidos de que el personal del hospital le quería tanto, que dedicaban horas extra a tratar de encontrar alguna cura ; y algunos contaban que un par de ancianos millonarios, habían pagado un costosísimo tratamiento. El caso es que todos decían la verdad, porque tal y como el payaso había visto ya muchas veces, sólo había que poner un poquito de cielo cada noche en su saco gris para que lo que parecía una vida que se apaga, fueran los mejores días de toda una vida, durase lo que durase.