4. Al final, no será Dios quien destruirá a los impíos, sino que su propio pecado los destruirá. (Pista: “Presta atención a Isaías 28:21, donde la obra de destrucción de Dios es su extraña “obra”. Es extraña para él, porque no quiere hacerlo; sin embargo, es una acción o una obra. Es cierto que el pecado lleva las semillas de la autodestrucción (Sant. 1:15). Pero, debido a que Dios tiene el poder supremo sobre la vida y la muerte, y determina el momento, el lugar y la forma de la destrucción final (Apoc. 20), no tiene sentido argumentar que él finalmente acaba con la maldición del pecado de una manera pasiva, simplemente permitiendo que causa y efecto sigan su curso natural”. Párrafo 3). *