Introducción
En la segunda y última parte en que hemos dividido el libro del profeta Ezequiel, se encuentran profecías de juicios contra algunas de las naciones que causaron problemas al pueblo de Dios (C ap. 25-32,35).
Del capítulo 33 al 48 se pueden ver varias cosas: Los judíos que estaban con Ezequiel cautivos en Babilonia, recibieron la mala noticia de la caída de Jerusalén, entonces se sintieron angustiados, perdidos y sin esperanza de volver a la tierra que Dios había dado a sus padres y pensaron que serían destruidos para siempre. Pero Dios no los dejó solos, sino que los ayudó, y por medio de su profeta Ezequiel les dio mensajes de consuelo, esperanza y promesas de restauración; y cuidó de ellos para que no fueran consumidos, para que no se mezclaran con los pueblos paganos y de esa manera evitar que perdieran su identidad como pueblo de Dios, y prepararlos para su regreso a la tierra de su heredad al cumplirse el tiempo de su cautiverio, (Cap. 37).
También, Dios mostró a Ezequiel en visiones el Templo y las Leyes del mismo, y dio esta promesa diciendo: “Hijo de hombre, este es el lugar de mí trono, el lugar donde posaré las plantas de mis pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre…” (43:7).
En este libro se mencionan pecados muy graves que cometieron los hijos de Israel rebelándose contra Jehová y el Señor los entregó a sus enemigos.
Todo cristiano debe mirar la historia del antiguo pueblo de Dios con temor y temblor para evitar caer en este ejemplo, (1Co. 10:11-13) y para no ser eliminado, sino busque vivir conforme a la voluntad del Padre celestial para poder “ser más que vencedor”. Amén.