La industrialización de la ganadería, y la asociada pérdida de explotaciones familiares, está impulsando el abandono de prácticas extensivas, y, como consecuencia de ello, está contribuyendo a la conservación del medio ambiente.
El cambio climático afecta de forma indirecta a la ganadería, ya que la subida de las temperaturas no tiene efectos directos sobre los animales, tan sólo sobre su alimento.
El cambio climático es uno de los principales riesgos para la ganadería extensiva, sin embargo, hay otros factores económicos que también influyen en las dificultades y amenazas que tienen las explotaciones extensivas.
La resiliencia es la capacidad de un sistema para anticipar, hacer frente y adaptarse a los efectos de una perturbación.
Las buenas prácticas están caracterizadas por tener un impacto tangible, y medible mediante indicadores en las diferentes evaluaciones, en la mejora de la calidad de vida de las personas y de las comunidades; por estar social, económica y ambientalmente orientadas a alcanzar la sostenibilidad y por ser transferibles y replicables.