Llevamos años de resistencia; ha llegado el momento de traducir nuestro esfuerzo en las urnas.

Han sido años durísimos de neoliberalismo deshumanizante, pero ese tiempo tiene que acabar. Más allá de nuestra afiliación partidista e ideológica, entendemos que la dramática situación que atraviesa el país requiere de la UNIÓN del sector progresista y de izquierda para hacer frente al desmantelamiento del Estado y la implantación generalizada de un modelo de muerte y abandono: han convertido al Ecuador en una fosa común con himno nacional.

Tras el Covid-19, una nueva epidemia se ha apoderado del país. La violencia ha proliferado en los territorios azotados por las políticas de Guillermo Lasso y Lenin Moreno. Pero no nos confundamos: no es desidia ni incapacidad, sino el proyecto de la derecha llevado a cabo. Los medios de comunicación hegemónicos repiten día a día: el Estado debe desaparecer. La salud, la educación, la cultura… no cuentan.  

El contexto de estas elecciones precipitadas requiere responder a ese sin sentido. El sector cultural —creadoras, intelectuales, gestores culturales, educadoras—, por su apuesta por la vida y no por la muerte, tiene la responsabilidad y el derecho de asumir su rol histórico. Nos jugamos el presente y el futuro. 

Los argumentos del progresismo del “antes estábamos mejor” y del “lo vamos a volver a hacer” son válidos, pero no bastan. Necesitamos incidir en una nueva agenda política plurinacional, radicalmente democrática, que nos devuelva la esperanza. Una agenda sustentada en las comunidades y ejercida con total y absoluta decencia. Ecología, antirracismo y feminismo —con conciencia de clase— son algunos de los principios pilares para enfrentar la debacle. Desarmar las estructuras de opresión, sin entender la centralidad de estos asuntos, es simplemente imposible. 

El nuevo gobierno debe entender cabalmente que la cultura y la educación son herramientas para la transformación social. Las jóvenes y los niños de este país merecen nuevas utopías, alejadas del hambre, el crimen y la violencia. Nos urge liberarnos del maltrato de este sistema que solo ofrece consumo, deuda y precariedad: ¡soberanía popular y derechos culturales frente a la violencia y el despojo! 

Así, nos es claro que la cultura es un derecho transversal y por lo tanto colectivo. El Estado debe ser garante de la memoria y el patrimonio y de la creación artística y artesanal. Para ello, el Sistema Nacional de Cultura, fundado en Montecristi (2008), debe concretizarse en la vida diaria de la gente, a través del fortalecimiento de la institucionalidad cultural. Es particularmente decisiva la descentralización y el incremento de los fondos para el trabajo cultural, conforme la Ley aprobada en el 2016.

Sin una conciencia de la importancia de la cultura y la educación en la sociedad, la política se verá condenada a ser una repetición infinita de su vaciamiento. Del derecho a la cultura y el arte dependen nuestras capacidades colectivas para vislumbrar los senderos por los que caminará la sociedad futura. Es, también, el derecho de las comunidades y las personas a soñar, a divertirse, a jugar: todo lo que es el Sumak Kawsay.

¡En las siguientes semanas, nos jugamos todo!

Por eso: desde el campo cultural y educativo llamamos a resistir en las urnas contra el neoliberalismo. El proyecto de la Revolución Ciudadana —la única candidatura de izquierda— es la opción que representa los intereses colectivos contra las políticas de la muerte y la precarización de los dos últimos gobiernos. Sumamos nuestro apoyo, convencidos en que se abrirán los espacios de debate y construcción colectiva de un proyecto popular de país en el que quepamos todas y todos.

Hemos resistido,

Por el futuro,

Los abajo firmantes,